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viernes, 27 de enero de 2017

Las dialécticas del malestar (III): revolución y dictadura

Continuando con las dialécticas del malestar que aborda Romano Guardini en Ética. Lecciones en la universidad de Munich (BAC, Madrid, 2000) hoy nos detenemos en la última: revolución y dictadura. Analicemos cada uno de los términos de esta dialéctica. Empecemos por la revolución. Ésta viene a significar ante todo oposición a la autoridad. Sobre ella hemos hablado ya en este blog. Recordemos que la autoridad es la obligación moral de obedecer a una instancia no tanto por la razonabilidad del mandato cuanto por la instancia de la que emana el mandato. La revolución es una rebelión contra la autoridad, en primer lugar porque quien la ejerce ha quedado desligitimado por su comportamiento:  la revolución francesa frente a la monarquía absolutista. En un primer momento parece que esta revolución no ataca la autoridad en cuanto tal sino los desmanes de quien la detenta: "Hay una primera rebelión contra la autoridad, que no va contra ésta como tal, sino contra su comportamiento: ineficiencia, abusos, corrupción (Ética. Lecciones en la universidad de Munich, 786).

La libertad guiando al pueblo  (Eugene Delecroix)
Pero hay otro tipo de rebelión que cuestiona la autoridad en cuanto tal y que dice que no hay que obedecer a nadie. En la revolución francesa también se da este elemento. Ella no se dirigió solamente contra el rey como portador de una autoridad religiosamente fundada, sino contra su fuente misma, a saber, contra Dios. "La revolución francesa fue esencialmente atea, e incluso, antitea. Nació filosóficamente del escepticismo, del positivismo y del materialismo de la época precedente, y encontró su expresión simbólica entronizando sobre el altar de la catedral de Notre-Dame de Paris a la diosa razón" (Ética. Lecciones en la universidad de Munich, 786). Muy unido a todo lo anterior se encuentra el concepto de libertad que tanto exalta toda revolución. En el caso histórico que hemos puesto de ejemplo hemos de decir que ante todo se buscó conquistar una libertad "respecto de" la monarquía, con la intención de lograr una libertad del hombre "para"  sí mismo: "Según la revolución, el hombre sólo puede llegar a ser hombre pleno si Dios desaparece; el hombre solo puede tener las manos libres para la realización de su propia obra si Dios no le acompaña en el camino, es decir, cuando el hombre se encuentra a solas con el mundo" (Ética. Lecciones en la universidad de Munich, 787).  El siglo XVIII sentó las bases de las posteriores revoluciones que se dieron a lo largo del siglo XIX y XX, como la revolución Rusa, esencialmente atea.

Pero con ello, solo hemos ilustrado una parte de la dialéctica. Porque curiosamente, muchas revoluciones donde se exalta la libertad del hombre y donde se pretende liberarlo del poder de una autoridad política abusiva y corrupta han terminado en dictaduras. Cierto, que estas revoluciones pusieron al pueblo como único soberano. Pero el proletariado libre, que debía gobernarse a sí mismo, ha terminado dominado por formas políticas totalitarias donde el Estado ha asumido el poder de modo despótico. Véase el ejemplo de la revolución bolchevique. Pero no sólo, desgraciamente la historia del siglo XX y lo que está aconteciendo en nuestros días sobre prueba de ello. En todos estos casos vemos que la autoridad que detenta el Estado no debe rendir cuentas a nadie, reina la arbitrariedad y sobre todo impone con violencia su voluntad sobre todos los individuos: "El resultado es el Estado absoluto, sin rostro e insasible, al que el ser humano queda completamente subordinado" (Ética. Lecciones en la universidad de Munich, 788). 

Tenemos pues aquí una dialéctica, dos polos antitéticos que sin embargo se retroalimentan y que en el fondo tienen un mismo origen: el rechazo de Dios. En relación al individuo, en primer lugar, porque "la libertad que la revolución mienta no es de ninguna manera verdadera libertad, pues libre sólo es la persona, y la persona humana sólo puede serlo ella misma en respuesta a la persona de Dios. Él es el garante de la identidad personal, así como de su libertad (Ética. Lecciones en la universidad de Munich, 788). Por otro lado, y en segundo lugar, el Estado, que al ser ateo no recibe la autoridad de Dios, pero tampoco siente que deba dar cuenta de cuenta hacia ninguna instancia superior, de tal modo que la autoridad termina convirtiéndose en poder. Y así,  el individuo que no quiere "ni Dios ni amo" lucha por autoafirmarse a sí mismo frente a un estado que ejerce con su poder, que no su autoridad, con violencia para configurar al hombre según su ideología, y que no reconoce al individuo ningún tipo de dignidad, pues Dios no existe para respaldarla o sostenerla. En resumen: "El individuo autónomo y el Estado absoluto por un lado, revolución del individuo autónomo y la dictadura del Estado absoluto por otro, he ahí dos momentos desde el primer instante unidos entre sí" (Ética. Lecciones en la universidad de Munich, 789). 

Cuanto hemos expuesto hoy ha supuesto una interpretación teológica y filosófica de la historia y debe leerse en este contexto. En este sentido puede ser discutido. Entiendo que a algunos les parezca una simplificación. En todo caso, lo que se pretende es invitar a pensar y a mirar la realidad fuera del contexto del que solemos hacerlo.

viernes, 20 de enero de 2017

Las dialécticas del malestar (II)



“(…) está el hecho de que la pregunta por el ser humano, por su identidad, por las raíces de la misma, por la base sobre la que están construidas dichas raíces, etc, recibe respuestas que entre sí se contradicen y que conducen a la conciencia de todos a una confusión permanente” (R. Guardini, Ética. Lecciones en la universidad de Munich, BAC, Madrid, 2000, 784)

La segunda dialéctica del malestar, es decir,  volumen del saber antropológico y desconocimiento de la esencia humana, es a mi parecer una de las ideas claves del pensamiento de Romano Guardini. Se trata de constatar por un lado que en la Edad Moderna las distintas ciencias han aportado un enorme saber sobre el hombre, y por otro lado y en contraposición, subrayar el hecho de que seguimos sin saber responder de manera unitaria a la pregunta ¿qué es el hombre? En el ensayo Quien sabe de Dios conoce al hombre, después de esbozar hasta seis concepciones que la historia de la filosofía moderna nos ha dejado sobre el ser humano Romano Guardini escribe:  

“(...) Estas concepciones que acabamos de esbozar constituyen sólo una porción de las que han aparecido a lo largo de la historia de la autocomprensión del hombre; en realidad hay muchas más. Pero estas seis son suficientes para plantear la cuestión que ante esa historia surge ante nosotros: ¿Cómo es posible que cada una de estas imágenes se oponga siempre a otra? El hombre no es ciertamente nada que se proyecte en la inalcanzable lejanía del espacio interplanetario o del tiempo universal. Está ciertamente ahí, sin más. ¡Es lo sencillamente cercano, a saber, nosotros mismos! ¿Cómo es posible, pues, que al hablar de él aparezca esa enormidad de contradicciones, y no precisamente entre personas ignorantes y carentes de formación, sino entre espíritus más poderosos; no entre incautos soñadores, sino entre quienes intercambian sus conocimientos y pueden ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad?(...) Parece que lo que realmente sucede es que no sabemos quién es el hombre, lo que significaría que tampoco sabemos quiénes somos nosotros.” (R. Guardini, Quien sabe de Dios conoce al hombre, PPC, Madrid, 1995, 150).

Este desconocimiento acerca de la esencia del hombre a pesar del avance de las ciencias humanas aparece también en El ocaso de la Edad Moderna: “Ahí está, en primera línea el hecho, cada vez más destacado, de que la cultura de la Edad Moderna –ciencia, filosofía, pedagogía, sociología, literatura- ha tenido una visión falsa del hombre; no sólo en ciertos detalles, sino en su apreciación fundamental y, por consiguiente, en su totalidad” (R. Guardini, El Ocaso de la Edad Moderna,  en Obras Vol. 1, Cristiandad, Madrid, 1980, 91). Conviene leer las páginas que siguen al texto que acabamos de citar como también las que nuestro autor dedica sobre este tema en su Ética donde subraya la falta de unidad de los diversos saberes acerca del hombre: “El hecho de que ese saber carezca de unidad, dado que las diversas disciplinas trabajan siempre a partir de los propios postulados y, aunque obviamente se refieran unas a otras, ejerzan la crítica recíproca, y valoren multilateralmente las perspectivas aportaciones, sin embargo de todo ello no se desprende un enfoque holístico o totalizante” (R. Guardini, Ética. Lecciones en la universidad de Munich, 779). 

 
Es curioso, como ha hecho notar Carlos Alberto Sampedro en este mismo blog, la sintonía entre estas ideas de Guardini y la primera encíclica del papa Juan Pablo II, Redemptor Hominis. Porque nuestro autor no pone otra solución en relación al enigma del hombre que acercase a Dios y desde él intentar comprenderse, prueba de ello es el ensayo apenas citado que lleva el título Quien sabe de Dios conoce al hombre.  Y precisamente ese es el núcleo de la primera encíclica del Papa Wojtyla, con la que terminamos esta entrada: “El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo” (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, nº 10)