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lunes, 27 de enero de 2014

La naturaleza no es capaz de producir personas

La naturaleza no es capaz de producir personas. A esta conclusión he llegado meditando días atrás algunos textos de Guardini sobre el concepto de creación, tema que nos viene ocupando las últimas semanas. Todo empezó cuando leí lo siguiente: 
"(...) el acontecimiento de la creación sólo puede ser pensado, en última instancia, de modo existencial, de modo que el que lo piensa llegue a esta convicción: 'Esto me afecta'. Afecta, por supuesto, al mundo, pero en cuanto Dios lo quiso como mi mundo, y a mí como el que debe cultivarlo, conservarlo, es decir: encontrarse con él, realizar en él la vida y sus tareas, y responsabilizarse de él (Gén. 2, 15). En cuanto se ve así la creación divina, sale a  superficie una nueva dimensión de sentido" (La existencia del cristiano, BAC, Madrid, 1997,  87-88).

Se me hizo claro entonces, que sólo cuando el hombre vive la aceptación fundamental de su creaturalidad podría descubrir el mundo como obra de Dios. Esta aceptación no significa un reconocimiento teórico, significa una experiencia vivencial del hecho. Guardini cita a Los hermanos Karamozov con intención de resaltar este asunto. Ivan Karamazov dice "(...) Yo no acepto la creación. No dice: Niego que Dios haya creado todo. No es un ateo; para ello es demasiado despierto e inteligente. Sino que dice: me rebelo contra el hecho de haber sido creado. El hecho no puedo cambiarlo; pero no lo asumo en proceso de realización personal" (La existencia del cristiano, 90). Esta es la clave. La importancia del Génesis radica no sólo en la explicación del origen del mundo, sino en la explicación del origen de mi persona y a partir de ella de todo lo demás. De ahí la importancia de examinar hasta qué punto la creación influye en mi "proceso de realización personal".

La creación de Adán. Capilla Sixtina (Miguel Angel)

Ahora bien, cuando empiezo a reflexionar sobre este punto en mi vida, es decir, sobre mi condición de creatura y de cómo influye en mi vida me doy cuenta de que yo no soy un individuo más de una especie. Ante todo me concibo y hago experiencia de quién soy bajo la formalidad de persona. Yo soy persona, es decir, un ser único e irrepetible. La naturaleza, en el marco de las leyes físicas, químicas y biológicas, es capaz por sí misma de generar individuos de especies, donde el valor de cada uno de ellos está supeditado a la superviviencia de la especie. En este sentido es cierto que en cuanto individuo de una especie mi origen está en la naturaleza. Pero yo soy más que eso: soy persona. Eso significa que valgo no por ser un individuo de la especie humana, sino por ser quien soy: yo. ¿Dónde está mi origen personal? ¿Dónde está el origen de mi yo en cuanto yo, de mi ser personal único e irrepetible? Podríamos decir que en mis padres pero pronto nos daríamos cuenta que ellos no me han pensado sino que se han sumado al proceso de procreación natural propio de la especie humana. Yo fui una sopresa para ellos, tuvieron que conocerme y descubrir quién era. Para el hombre moderno nuestro origen queda explicado en la naturaleza, como si el nacimiento de un individuo de la especie humana  fuese semejante a la aparición de cualquier otro mamífero. Esto es verdad sólo en cuanto nuestra corporalidad, nuestra dimensión biológica, pero no en cuanto nuestro carácter personal, nuestro yo. La naturaleza genera individuos que no son capaces de disponer de sí, de ser dueños de sí mismos, de autoposeerse. Todo individuo vivo, cualquiera que sea la especie, está sometido a las leyes biológicas y sólo en relación a ellas desarrolla y despliega su modo peculiar de ser según su especie. En el hombre esto es cierto pero no explica todo cuanto acontece en él. Su dimensión personal, precisamente, escapa a esas leyes naturales de tal modo que estando inmerso en la naturaleza escapa a ella pudiéndo no sólo autoposeerse, sino colocarse frente a ella, para conocerla y finalmente dominarla dentro de sus posibilidades. Este pertenecer a la naturaleza y sin embargo trascenderla es lo que cuestiona nuestro origen. Esta posición de frontera es la que cuestiona la explicación meramente natural del origen del hombre. El relato del Génesis donde el hombre se forma de la tierra pero recibe el aliento de Dios intenta transmitir esto. Guardini dice: "No es posible determinar el lugar ontológico del hombre de modo más grandioso que como se hace a través de estas imágenes: él está en el mundo y fuera de él" (La existencia del cristiano, 95-96).

De ahí, que podamos concluir que la creación del hombre, de cada uno de nosotros es un acto personal de Dios, y que Éste no nos crea como al resto de seres sino que nos llama a la existencia como seres únicos. No dice hágase los hombres, sino que nos crea a cada uno de nosotros de manera única y personal. En palabras de Guardini y con ello termino:
"El mandato por el que Dios nos llama a existir no debe expresarse en esta frase: Que existan los hombres; ni en esta otra: Que exista aquel hombre; sino en ésta ¡Tú, hombre, existe! Dicho con más exactitud: Yo, el Señor, te llamo a ti, como ser personal, a la existencia. Toda la existencia tiene el carácter de una respuesta. Esto no quedaría expresado  en esta frase: 'Así como hay otros seres, también existo yo como hombre', sino en esta otra: 'Tú, Señor, me llamaste por mi nombre. Aquí estoy, existiendo por Ti, ante Ti y hacia Ti'. De modo que existir significa aceptarse a sí   mismo como  procedente de la libertad de Dios" (La existencia del cristiano, 89).
Procedemos de la naturaleza creada, pero esto no es suficiente, hay un acto personalísmo de Dios que nos llama a la existencia.


lunes, 20 de enero de 2014

Naturaleza y creación

Vista parorámica del Oceanográfico de Valencia
Quienes vivimos en Valencia podemos disfrutar, dentro del marco de las Ciudad de las Artes y de las Ciencias, del que es posiblemente el mejor acuario del mundo: el  oceanográfico. Hace años visité este complejo científico-turístico con uno de mis hermanos.  Hacía tiempo que no visitaba la ciudad por vivir en el extranjero. Al comtemplar la fauna marina con la cercanía, detalle y naturalidad que nos ofrecen las picisnas-acuario del Oceanográfico mi hermano exclamaba de manera continua y espontánea: ¡Qué grande es Dios! Esta anécdota, que parece insignificante, me hizo recordar un aspecto del pensamiento de Guardini de gran trascendencia cultural. El hombre moderno ve en los bosques, parajes y animales a la NATURALEZA; el creyente, como hacía el hombre medieval,  ve en esa misma naturaleza a la CREACIÓN, es decir, una obra hecha por Dios. 

Pasillo interior del Oceanográfico
Nuestro autor habla de este tema en diversos escritos. Por ejemplo, al inicio de Mundo y persona, describe el protagonismo que el término Naturaleza adquiere en el Renacimiento y posteriormente en la Modernidad: "Con ello se designa a la totalidad de las cosas, todo lo que es. O, expresado más exactamente, todo lo que es antes de que el hombre ponga la mano sobre ello. Es decir, los cuerpos celestes, la tierra, el paisaje con sus plantas y sus animales, pero también el hombre mismo, siempre que se entienda como realidad anímico-orgánica"  (Mundo y persona, Encuentro, Madrid, 2000, 13). Junto a esto la naturaleza también expresa una jerarquía ética o de valores que afectan a lo humano: "(...) es también un concepto axiológico y significa una norma válida para este pensar y este obrar: lo sano y exacto, lo sabio y perfecto, en suma, lo natural (Mundo y persona, 13).  De aquí nace el modelo antropológico que encontramos en algunos autores modernos como Rousseau, es decir, el hombre natural y la comunidad política natural. Por último, y refiriéndonos filósofos y poetas como Spinoza, Goethe, Hölderlin o Schelling, la naturaleza adquiere también un semblante sagrado y religioso. De todo ello da noticia Guardini en la obra que venimos citando. 

Ahora bien,  Guardini tiene otro escrito, El ojo y el conocimiento religioso, del que ya hemos hablado en este blog, donde propone una hipótesis realmente interesante: la condición creatural de todo lo natural se ve. 

"Este algo originario, peculiar y propio de todas y cada una de las cosas, que se encuentra detrás de su realidad concreta y singular, es la realidad religiosa. Es Dios. Dicho más exactamente: es el poder creador de Dios. Más exactamente aún: es el hecho de que las cosas han sido creadas. Y ahora viene nuestra hipótesis: este hecho se ve" (El ojo y el conocimiento religioso en en Los sentidos y el conocimiento religioso, Cristiandad, Madrid, 1965, 35).

Hay que preguntarse por qué es tan poco frecuente esto. Nuestro autor apunta a una posible respuesta cuando afirma que todo hombre vive en su mirar. No vemos de manera neutra, sino que todo cuanto somos, y esto incluye nuestros amores y odios, virtudes y defectos, victorias y fracasos, alegrías y frustraciones se dan cita en nuestro mirar. No amamos y luego miramos, sino que en el mirar está todo lo anteriormente enumerado:  “El hombre vive en su mirar –lo mismo que en su oír, hablar, actuar-. Por ello, todos los problemas de su vida se repiten en su visión"  (El ojo y el conocimiento religioso, 32). Páginas más adelante,  en ese mismo texto, Guardini escribe: "Las raíces del ojo se encuentran en el corazón; en la decisión más íntima - realizada por el centro personal del hombre- que se adopta tanto frente a la otra persona como a la existencia en cuanto totalidad. En último término el ojo ve desde el corazón. A esto se refería San Agustín al decir que únicamente el amor es capaz de ver" (El ojo y el conocimiento religioso, 43). 

Así pues, la cuestión parece resolverse en el corazón. ¿Qué condiciones se deben dar en él para qué en nuestro mirar descubramos la creaturalidad de todo cuanto existe?   La semana pasada hablamos de la aceptación de nuestra condición de creatura como primer paso en la aceptación de uno mismo. Quizás esto es lo que falta en nuestro interior. Dar el paso no es fácil. Supone una verdadera conversión y a ello apunta Guardini: "Tenemos que ver nuestra situación de conocimiento como resultado de una historia, que está llena de culpas y exige nuestra conversión. Debemos transformar la situación, cambiando los presupuestos. La conversión que Cristo nos exige en sus primeras palabras (Mateo 4, 7) no se refiere solo a nuestras costumbres, sino también al conocimiento" (El ojo y el conocimiento religioso, 46).

En conclusión. Si aquella mañana mi hermano exclamó al ver a los tiburones y los pinguinos ¡Qué grande es Dios! es porque ya antes vivía en su corazón el Creador.






martes, 14 de enero de 2014

Romano Guardini: la aceptación de sí mismo



Se va haciendo habitual que durante el periodo de vacaciones quede suspendida la actividad de este blog. Aunque en los días de descanso  uno queda liberado de las obligaciones laborales, en mi caso, sin embargo, durante esas fechas quedo absorbido por las responsabilidades familiares. Los cuatro niños y el quinto que en breve estará con nosotros requieren todo mi tiempo y atención. La vuelta a la vida ordinaria es para mí la vuelta a la vida académica y uno de los elementos que la compone es este blog. Así que, aquí estamos de nuevo. El tema que quisiera abordar las próximas semanas es el papel de la creación, como ya anunciamos, en el pensamiento de Romano Guardini. Voy a empezar por un ensayo muy querido para mí que lleva por título La aceptación de sí mismo (Lumen, Buenos Aires, 1960).

Quisiera empezar con una intuición personal que se podría expresar con la siguiente afirmación: El hombre de hoy no está en paz consigo mismo. Hay una una rebeldía que no consiste ciertamente en un legítimo deseo de  superación personal, es decir, en responder de la mejor forma posible a la vocación a la que uno se siente llamado en lo personal, en lo familiar o en lo profesional . Se trata más bien de una rebeldía que se origina en el individuo al no aceptarse a sí mismo. El occidental del siglo XXI, es una opinión personal,  no quiere ser lo que es. Pero ¿qué significa aceptarse a sí mismo?

Intentemos responder a este interrogante yendo a las raíces. Aceptarse a sí mismo significa en primer lugar reconocer que yo no he decidido existir sino que me he encontrado existiendo. Que esta decisión por mi existencia no se encuentra ni siquiera en mis padres, pues ellos no me pensaron ni me diseñaron, no determinaron mi personalidad ni corporalidad, sino que se dispusieron generosamente a recibir una existencia que les fue confiada a su responsabilidad. No sabían de mí, fueron descubriendo quien era a la par que crecía junto a ellos. Aceptarse a sí mismo significa pues "(...) que en el inicio de mi existencia hay una iniciativa, alguien que me ha dado a mí" (La aceptación de sí mismo, 20) . Esta decisión por mi existencia no es genérica, como un individuo más de la especie humana, " (...) sino como este hombre: perteneciendo a este pueblo, a este tiempo, a este tipo y a estas condiciones. Hasta esas últimas determinaciones que no existen en absoluto más que una vez, esto es, en mí: esa última peculiaridad que hace que me vuelva a reconocer a  mí mismo en todo lo que hago, y que se expresa en mi nombre" (La aceptación de sí mismo, 20). Alguien, más allá de la voluntad de mis progenitores,  ha querido que existiera yo aquí en este lugar, y ahora, en este tiempo.

Aceptar esto no es fácil. En otro momento nos detendremos en el rechazo cultural y filosófico ante esta concepción. Bastenos señalar ahora que la aceptación de sí mismo resulta problemática por supone un deber, una tarea: "debo querer ser yo realmente, y sólo yo. Debeo ponerme en mi yo, tal como es, asumiendo la tarea que con eso me está propuesta en el mundo" (La aceptación de sí mismo, 20). Esta es la primera vocación, es decir, aceptar e intentar realizar todo aquello que estoy llamado a ser aquí y ahora. Cuando al inicio de esta entrada decía que el hombre de hoy no está en paz quería signifcar que huye de sí mismo, que intenta evadirse de su realidad, y no sólo  la  circunstancial,  sino de sí en cuanto tal, de su finitud y de sus límites, que quiere re-crearse, re-invertarse cuando quizás debiera recibirse.

Jean Paul Sartre
El existencialimo filosófico del siglo XX ha afrontado este problema antropológico subrayando de alguna manera la finitud de la existencia humana. Ha afirmado que la muerte la amenaza con la nada. De esta conciencia surge la angustia de la que dice Guardini lo siguiente: "La filosofía de las últimas décadas ve en ella (la angustia) la autopercepción del ser finito en cuanto tal, que se siente acosado por la nada. Es inseparable de la conciencia de ser, más aún, idéntica con ella; ser significa estar en la angustia" (La aceptación de sí mismo, 28). Todo esto nos recuerda al pensamiento de  Martín Heidegger y a los escritos de Jean Paul Sartre.  En la estela de estos filósofos Albert Camus  en El mito de Sísifo: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía". Sin embargo esta finitud puede ser aceptada y vivida de otro modo: desde la fe. Y desde esa actitud escribe Guardini en relación al suicidio:  "La auténtica valentía significa saber que se está puesto en un lugar, no por el pequeño o gran jefe de cada caso, sino por el Señor de la vida, Dios; y por eso no cabe apartarse hasta que El mismo le llama a uno a retirarse. Esto es lo que empieza a dar su seriedad a toda acción y riesgo" (La aceptación de sí mismo, 21).

Hay que terminar, en un blog uno no puede extenderse tanto. Cuanto quería decir es que aceptarse a sí mismo es aceptarse como creatura de Dios:
"(...) darse cuenta religiosamente de que mi principio está en Dios. Digámoslo mejor: en la voluntad de Dios, dirigida hacia mí, de que he de ser, y ser el que soy. Y a su vez, la piedad significa recibirse constantemente desde esa voluntad de Dios. Ese es el principio y fin de toda sabiduría. La fidelidad a lo real. La limpieza y decision de ser uno mismo, y por tanto, la raíz del carácter. La valentía que se sitúa ante la existencia y precisamente así se alegra de esta existencia. Es bueno volver siempre a tomar nueva conciencia de esa Carta Magna del existir" (La aceptación de sí mismo, 27).