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jueves, 31 de octubre de 2013

Romano Guardini: la secularización de la caridad (II)



La semana pasada explicábamos que frente a una organización estatal de ayuda al necesitado a través de grandes instituciones creadas ad hoc Guardini protestaba reclamando la atención personal, de tú a tú, en la asistencia y ayuda a los demás.  Nuestros tiempos, sin embargo, parecen requerir un esquema de ayuda como el anteriormente expuesto. La cifra de los que requieren ayuda cada vez es más grande, así mismo crece la conciencia democrática de los derechos que uno tiene y de los auxilios que debe recibir del Estado. Por último el tiempo disponible cada vez es más escaso y por ello, la ayuda de tú a tú, es imposible de prestar.

Debemos por lo pronto aceptar el fenómeno de la masa en nuestros tiempos y segundo lugar intentar adaptar los principios de ayuda y relación personal a esta realidad. Quien de alguna manera trabaja en este ámbito debe tener siempre presente que frente a sí tiene a personas y debe dispensarles un trato personal. Siempre se puede informar de un espíritu cristiano la ayuda a un ingente número de personas.

Junto a la ayuda institucionalizada que si no se cuida puede despersonalizar la atención al prójimo, Guardini avisa de otro peligro en nuestros tiempos, y es la aparición del  “(...) sentimiento de que la relación entre necesidad y ayuda, tal como hasta ahora se ha dado, debe desaparecer en general. Requerir ayuda, sería algo vergonzoso, y ayudar en el sentido antiguo, sería una arrogancia, y las situaciones de necesidad deberían ser superadas de modo puramente objetivo. “(El servicio al prójimo en peligro, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1960, 22). También esto deberá ser superado desde el cristianismo, teniendo en cuenta que el que ayuda debe hacerlo sin humillar y respetando la dignidad de la persona necesitada.

Por último nuestro autor nos advierte de un peligro: “La creciente naturalización de la existencia, el sentido humano de dominio de sí mismo, y, además la idea del progreso, llevan a concebir la necesidad como algo que debe sencillamente desaparecer” (El servicio al prójimo en peligro p. 22). El cristiano sabe del sentido redentor del sufrimiento humano, también es consciente de que las necesidades nunca desaparecerán y de que es una utopía pensar lo contrario, reconoce la verdad que pueda haber en el deseo de eliminar el sufrimiento y que es una aspiración noble, pero también puede entrever sus peligros. Por ejemplo, que al querer eliminar el sufrimiento se elimine con él también a los que sufren; el que esta tarea sea sólo del estado, pues posee los medios para ello, desligándose el individuo y quedando éste encerrado en un círculo egoísta; en el fondo esta aspiración quiere eliminar la amenaza que supone para nuestro bienestar el que otros sufran.  Así pues, “La ayuda no puede consistir en querer suprimir de un plumazo el fenómeno de la necesidad, pues entonces se crea una situación que no es otra cosa sino egoísmo disfrazado –ceguera ante lo real, dureza frente al hombre que está en necesidad- y cuyas consecuencias han de ser peores que la necesidad misma.” (El servicio al prójimo en peligro, 24)

Creo que esta última idea es algo que ya está presente en nuestra sociedad y en la legislación de muchas naciones en mayor o menor medida. Guardini advierte con cierta gravedad de las consecuencias que puede tener desterrar el fundamento cristiano de la máxima “Hay una persona en apuro; por tanto, debo ayudarla”, de sacar a un Dios y poner al Estado. Concretamente dice así:

“Dejen pasar unas cuantas generaciones que todavía hayan percibido de algún modo la exigencia cristiana de conciencia ante la necesidad del próximo; dejen que se forme del todo el hombre enteramente terrenal, asentado sólo en su propia naturaleza y en su fuerza, ese hombre en cuya formación se trabaja por todas partes; y ya verán que lo que ha ocurrido en Alemania en esos años puede ocurrir en todas partes de alguna manera. De manera indirecta, no directa; de forma cauta no brutal; con fundamentación científica, y no fantástica; pero con igual sentido, más aún, quizá de modo más destructivo, por estar disfrazado de razonabilidad y humanidad.” (El servicio al prójimo en peligro, p. 25)
¿No percibimos el carácter profético de estas palabras para nuestro tiempo?

lunes, 21 de octubre de 2013

Romano Guardini: la secularización de la caridad

Uno de los rasgos de la Edad Moderna es la desaparición de Dios del escenario cultural y social de Occidente. Con ello, desaparece también el fundamento religioso de la máxima "ahí hay una persona en apuro, por lo tanto, debo ayudarla" sobre el que nos detuvimos la semana pasada.  Guardini lo explica así: 
"Al comienzo de la época que llamamos Edad Moderna se dividen los espíritus. Amplios círculos llegan a tener la opinión de que se podría vivir también sin la fe cristiana. Por ejemplo, según modos de entender la vida aprendidos en el estudio de la Antigüedad pagana; según la experiencia inmediata en el trato humano; o según los resultados de las ciencias, poderosamente esforzadas. Más aún: esto no sólo era posible, sino que solamente así se desarrollaría una auténtica vida; y con ella también una ética auténtica de las relaciones interhumanas". (El servicio al prójimo en peligro, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1960, 15).
Las consecuencias de esta secularización en relación al tema que venimos tratando son varias. Desde un punto de vista ético se genera una nuevo fundamento de carácter racional sobre la dignidad y obligación de ayudar al necesitado. Todo ello desembocará en la idea de ciertos derechos universales de todo hombre y sus consecuencias en el ámbito político, económico y social. Así mismo, surgen organizaciones y entidades dedicadas a socorrer al hombre y parece que la ciencia y su avance también esté orientada a todo ello. Sin embargo, de repente y rompiendo con este movimiento surgió la barbarie nazi. De repente
 “No todo hombre, en cuanto tal, tiene derecho a la ayuda y mejora, sino sólo aquél que represente un valor para la nación y el Estado. Se establece la cruel medida del hombre digno de vivir y del indigno de vivir. Esta medida proclama que sólo tiene derecho a vivir quien puede mostrar tal valor. Pero el Estado está facultado para juzgar cómo ocurre esto en cada cual. Con ello se arroga el derecho de decidir si una persona enferma es todavía digna de vivir; si puede seguir viviendo o no. Se tiene la terrible valentía de matar a incontables personas a quienes se les niega ese derecho a la vida: enfermos y tarados mentales, incurables, incapaces para el trabajo, ancianos. Más aún, se llega a decidir sobre el derecho a la vida de pueblos enteros, declarando indignos de vivir a algunos de ellos  y aniquilándolos, con una frialdad de sentimientos y una exactitud de técnica que no tiene modelos previos en la Historia, ciertamente nada escasa de espantos. Pero todo ello en nombre del bienestar del pueblo, del provecho de la comunidad, del ascenso del hombre hacia una perfección corporal, espiritual y cultural cada vez más alta.”(El servicio al prójimo en peligro, p. 16).


De alguna manera la máxima «hay un hombre en apuro; ¡ayúdale, pues!» permaneció viva mientras recibió su fuerza y fundamento de Cristo. Cuando Dios desapareció también se transformó, de manera sutil, pero cada vez más radical el contenido de esa máxima de la manera y modo como nos ha  explicado Guardini en el párrafo anterior.

Según Guardini, la situación actual (hablamos de los años cincuenta pero es aplicable a nuestros días) es la siguiente: por un lado han nacido grandes organizaciones, especializadas en diversos tipos de ayuda, que aplican grandes recursos económicos y medios en socorrer a los pueblos y naciones más pobres y desamparados. Por otro lado se debilita la conciencia de la obligación de la ayuda de persona a persona, de tú a tú. Se hace así cada más fuerte el sentimiento de que es el Estado (o cualquier tipo de entidad social, hospitales, organizaciones)  quien debe ayudar. Hemos llegado a una situación donde la libertad y el compromiso personal han desaparecido para dar lugar a la burocracia administrativa. No es extraño que “(...) que el arte de buscar y explotar las diversas posibilidades de ayuda del Estado puede desarrollarse hasta hacerse un parte constitutiva de la técnica de la vida. “(El servicio al prójimo en peligro, p. 19).

Guardini denuncia todo esto y reclama de nuevo una atención del prójimo de persona a persona. La  ayuda no puede descansar en el Estado. En el acto de ayudar debe estar presente la persona, su conciencia, su libertad y sobre todo su corazón. “La ayuda no puede fundarse del mismo modo que una regulación económica. Lo que en ella acontece, ese esfuerzo interminablemente variado, dirigido a personas vivas, y conformándose a situaciones siempre nuevas, no puede tener lugar meramente por utilidad ni prescripción, ni tampoco meramente por razón y obligación: lo mismo que tampoco se puede exigir sólo por derecho y pago. Algo diverso debe actuar ahí: una llamada a la libertad, una apertura al corazón.” (El servicio al prójimo en peligro, p. 19)

Quizás frente a esta situación que acabamos de describir pueden presentarse algunas objeciones. De ellas y de la conclusión de esta conferencia trataremos en nuestra próxima entrada. 






lunes, 14 de octubre de 2013

Romano Guardini: El servicio al prójimo en peligro

He rescatado de un rincón de mi biblioteca un pequeño folleto que contiene la traducción española de una conferencia impartida por Guardini en 1956. La versión en castellano proviene de ediciones Guadarrama y está publicada en 1960. El título es El servicio al prójimo en peligro. Me dispongo en las próximas entradas a comentarla pues creo que puede aportar algo a la cuestión de la caridad en la sociedad actual.


El punto de partida de las reflexiones de Guardini es del todo original: "Ahí hay una persona en apuro; por tanto, debo ayudarla" ¿es una máxima que surge de manera espontánea y universal de la naturaleza humana? ¿hay un profundo sentimiento de solidaridad entre los hombres? Muchos lo creen así, sin embargo nuestro autor no está convencido de ello. La sensibilidad originaria del hombre, sugiere Guardini, indica otra cosa.  Normalmente percibimos el apuro del otro como una amenaza a nuestro propio bienestar, como un requerimiento a una implicación personal, como una exigencia hacia el propio bolsillo.  Sólo debemos observar como reaccionan las personas cuando les solicitamos parte de su tiempo o una colaboración económica en favor de los demás. Una mirada a la sociedades primitivas nos descubrie que para el hombre antiguo, eminentemente animista, el enfermo o el débil era siempre considerado como una amenaza. La enfermedad era manifestación de la posesión de un espíritu maligno: “Ve en el apuro ajeno el dominio de poderes encolerizados o perversos, y su sensibilidad le dice: ¡Mantente lejos: podría envolverte a ti también.”(El servicio al prójimo en peligro, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1960, 10)

Existe una excepción. Cuando a aquel a quien afecta el apuro no es el prójimo, sino de alguna manera pertenece a uno mismo, es él mismo. Así los padres con los hijos, los esposos entre sí, los miembros de una comunidad entre ellos se prestan ayuda solidaria cuando se encuentran en un apuro. Pero aquí el otro, el prójimo no existe. En el fondo el otro es uno mismo. Así pues, el problema permanece. La máxima "Ahí hay una persona en apuro; por tanto, debo ayudarla" no parece ser un imperativo moral universal para todo hombre. Sin embargo, en el occidente cristiano esta frase sí parace tener un reconocimiento unánime. De ahi que Guardini vuelva pareguntarse: 
“¿Qué debe haber entonces para que esa frase sea reconocida como verdadera? La admonición interior que expresa debe ser percibida ante toda persona. Es decir, no sólo ante la persona estrechamente ligada a nosotros, sino también ante el desconocido; no sólo ante la persona simpática, sino también ante aquél que no logra serlo; no sólo ante la persona dotada y hermosa, sino también ante el mediocre, y aun el retrasado; no sólo ante el rico y cultivado, sino también ante el pobre y mísero.  Si esa frase ha de ser cierta, la admonición debe atravesar por en medio de toda distinción, y dirigirse a algo que determina al hombre como tal, sea como sea por lo demás. Y si, no obstante, han de notarse distinciones, entonces, que sea según este principio: «Cuanto más pobre y pequeño el hombre, más apremiante es la obligación de ayudarle.»” (El servicio al prójimo en peligro,11,12).

Que percibamos el imperativo moral de esta máxima en occidente de manera clara es fruto de la influencia del Evangelio.  La parábola del samaritano compasivo es muy significativa al respecto. Recordemos que viene precedida por la pregunta: “mi prójimo ¿quién es?”. Al elegir a un samaritano y un judío no solo se rompe con las fronteras de pueblo, raza, parentesco, ...etc.; además y sobre todo señala quién es el prójimo: 

“El prójimo es aquel que se te presenta en la situación dada. Y por lo que toca a esa situación  misma, su sentido está estrechamente ligado con el mensaje de Jesús sobre la Providencia: El Padre en el Cielo es el que te presenta a ese hombre en el camino de la vida, para que le ayudes.
Ahora alcanza su expresión evidente aquel imperativo incondicionado del que hablábamos. Caen las distinciones y permanece solo lo esencial: El hombre que necesita ayuda; el que puede ayudar; la situación en que aquél es presentado a éste, y en que se expresa la providencia de Aquél que guía el destino de cada hombre. Detrás de todo está el hecho de que los hombres no son ejemplares de una especie animal, sino personas, creadas por Dios en su llamada, y puestas por Él en la relación «tu-yo», que prolonga en la relación entre persona y persona. Pero esa llamada que percibe el que tiene buena disposición de corazón, «tu prójimo está en peligro; ayúdale, pues» constituye la expresión de esa relación. En ella habla Aquél que la ha fundado.»” (El servicio al prójimo en peligro,13).

Pero aquí no concluye el mensaje del Evangelio. En el capítulo XXV de San Mateo se dice lo siguiente: "Cuanto hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Con ello, indica que principalmente quien debe ser objeto de ayuda primordialmente es el más pequeño, el más necesitado, el más desamparado, pues en él está el mismo Jesús. Todo esto viene confirmado donde aparece el pasaje apenas citado que es el del juicio final. Cristo, pues, rompe con toda la confusión que podría caer sobre este tema. Rompe con los pequeños egoísmos y falsas prudencias y propone un mandamiento nuevo. Nuevo porque lo fue en su época y lo será siempre ya que el hombre siempre está inclinado a limitar su radio de ayuda y colaboración a favor del prójimo.   

Hasta aquí el resumen y comentario de la primera parte de esta conferencia. Lo que sigue a continuación lleva como título lo siguiente: La secularización del mensaje de Cristo. De ello hablaremos en la próxima entrada.