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domingo, 30 de junio de 2013

Romano Guardini: La interioridad o el alma del hombre (III)

Hemos hablado del silencio, de la soledad y del descanso como elementos configuradores de la interioridad humana, es decir, de aquello que denominamos alma. Todo ello a partir de cuanto dice Guardini en la carta VIII de su libro Cartas sobre la formación de sí mismo. Nos queda por abordar un último elemento, la espera, a la que dedicaremos hoy nuestras reflexiones.

La lectura de Guardini me ha enseñado que todo lo vivo no se produce, es decir, no se hace, sino que surge y cada uno de sus elementos tiene el momento y el tiempo adecuado para manifestarse. La espera es la condición de posibilidad del desarrollo y evolución de lo vivo. El alma humana, la persona humana está viva y por ello en ella debe reinar la espera, es decir, en ella todo tiene un tiempo. El hombre de hoy, envuelto en las tecnologías de lo inmediato, es incapaz de vivir la espera, identifica la máquina con el ser vivo, lo automático con lo espontáneo, la fría planificación con la evolución y el desarrollo. Pero en cada uno de estos ámbitos rigen leyes muy distintas. Además, lo realmente valioso y auténtico tiene su tiempo de maduración y hay que saber esperar. 
"Hay personas que no son capaces de percibir la ley profunda conforme a la cual va surgiendo todo lo que es auténtico. Piensan que se puede hacer todo. Piensan que se puede decir todo, leer todo, hacer todo, disfrutar de todo. Y que cada uno puede hacerlo en todo momento. Las personas que esperan saben que esa es una actitud plebeya. Conocen la profunda verdad de que todo tiene su tiempo, como dice el libro del Eclesiastés" (Cartas sobre la formación de sí mismo, 140).
 Ahora bien, la espera no supone la inacción, sino actuar en el momento adecuado, cuando la ocasión lo requiere, pero mientras llega ese momento hay que saber esperar. De otro modo, la vida no se desarrolla según sus propias leyes y es fácil echarla a perder por quemar etapas. Todo esto supone una humildad y confianza en Dios de la que habitualmente carecemos. 
"El hombre que espera sabe que lo más profundo, lo mejor, no se puede producir, sino que surge. Dios lo crea, y la naturaleza, su sierva. A los dos hay que dejarles sitio para que actúen. También esto forma parte del significado de saber esperar. Ciertamente, nada surge solo; no nos está permitido quedarnos mano sobre mano, cada cosa a su momento, la palabra recta, la obra recta. Entonces prospera y da buenos frutos. A ese momento preciso es a lo que hemos de estar atentos, y eso implica saber esperar." (Cartas sobre la formación de sí mismo, 140-141).

Sólo espera el que está en paz, el que no vive solicitado ni seducido por el tráfico de lo fugaz y pasajero, de lo inmediato y lo caduco. ¡Cuántas cosas fuera de su tiempo y también de su lugar! Esto en la educación es de vital importancia. El ser humano está en evolución ¿No percibimos como a veces se fuerza y se aceleran los aprendizajes, las habilidades y actitudes que queremos que adquieran nuestros hijos? Y qué insistencia tan pertinaz como alocada de introducir a los adolescentes e incluso niños en el ejercicio de la propia sexualidad, siempre con el argumento de que es lo natural ¿seguro? Consecuencia de toda está impaciencia es la destrucción de la esencia de las cosas, pues al romper las fronteras temporales que las delimitan  se quedan sin el contorno que las configuran y se vacían de contenido.

 Por último señalar que también la espera con la acción oportuna tiene la estructura de un contraste.
"Ya ves, una vez  más, que saber esperar y la acción decidida son dos caras de la misma moneda. La espera permite que la acción venga en el momento correcto, que esté rodeada del entorno adecuado, que  despliegue toda su fuerza y alcance su meta. La espera permite que tenga lugar una acción, cosa distinta de que meramente pase algo. Estamos de nuevo ante la respiración de la vida, cuyos movimientos alternativos son la actitud expectante y la acción decidida." (Cartas sobre la formación de sí mismo, 142).

Hasta aquí el comentario de los cuatro elementos configuradores del alma: silencio, soledad, descanso y espera. Pero Guardini no concluye aquí sus reflexiones. Dice que este es el punto de partida para entender y vivir realidades como la pobreza evangélica, la paz de los hijos de Dios, el sacrificio, la virginidad o el verdadero sentido del descanso dominical. Vale la pena leer esas últimas páginas de la carta VIII de Cartas sobre la formación de sí mismo donde además analiza el mundo moderno y lo lejos está cuanto ha propuesto en páginas anteriores.


(Sobre el volumen que estamos tratado Cartas sobre la formación de sí mismo  y para introducir al lector sobre el contenido del mismo se puede ver esta reseña de Raquel Guerrero Villada ). 

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